El rock sigue vivo (en los grandes estadios)  (29/09/2017)

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El rock no murió en los 90, ni en los 2000, ni en esta década. Ni siquiera, contradiciendo al maestro Ríos, volverá como un boomerang, porque nunca llegó a irse.

Hoy en día los míticos rock stars, los que suenan en las radiofórmulas del género y cuyos discos no faltan en la colección de nadie que se atreva a llamarse roquero, siguen llenando estadios, vendiendo camisetas y son los pocos que aún venden cantidades de discos físicos de 5 cifras. Sus giras, además, se cierran con contados conciertos en cada país, pues hay que visitar tantos y la magnitud de la escenografía y la maquinaria es tal, que el calendario no da para más.

Pero, tristemente, las estrellas se van apagando poco a poco. Cuestión de tiempo y cosas de la edad. Quien ya era una estrella en los años 60 y 70, si no fallan las cuentas, ahora no puede contar menos de 70 años; cifra que, si ya por sí misma es respetable, cuando se le suman décadas y décadas de vida en los escenarios, de vida en el rock y todo lo que ello conlleva para la integridad (física en este caso) de un artista, pasa a ser un mérito casi sobre natural que siga bailando, saltando y ofreciendo espectáculo escénico a sus millones de fans. Este hecho alimenta ese macabro pero nada desdeñable argumento popular: y ¿si es la última vez que puedo verlos en directo?

Sea como fuere, los grandes mitos de la música rock que siguen en pie, continúan aglutinando masas de fanáticos de todas las edades. El rock sigue vivo. En este caso, sigue vivo en grandes estadios, en enormes recintos por cuya entrada hay que pagar cantidades que uno ha de pensarse dos veces antes de desembolsar (dependiendo de la salud de cada cuenta corriente). -La ocasión lo vale- piensan, con criterio, los miles de seguidores que aceptan. El rock sigue vivo. No obstante, es positivo preguntarse: ¿dónde estaban esas rock stars hace 40 años?

Con certeza ellos también estaban tocando en pequeñas salas que, con sangre, sudor y lágrimas, suyas y de sus bolsillos, luchaban por llenar lo suficiente como para, al menos, cubrir gastos y sacar alguna propina extra. Por supuesto, una cosa no quita la otra y sigue siendo igual de loable que los rock stars sigan llenando estadios y sigamos pagando por verlos.

Pero el rock, su futuro y también su presente, pasa por la buena salud de la escena que viene de abajo. Aquellos que están en contacto estrecho con la realidad, que plantean nuevas propuestas y que, como históricamente viene sucediendo, han de hacerse un hueco entre lo clásico. Esas bandas que pelean para llenar sus salas de conciertos a precios lo más bajo posibles. Esto no quiere decir que la culpa la tenga el público. No se puede culpar a la audiencia, pues cada uno es libre de gastar su dinero en lo que considere más oportuno.

Así que al menos el público, que somos todos, deberíamos tener presente que el rock es todo esto, que todo esto es verdaderamente la música, que merece nuestro respeto y nuestro cuidado. Y es que así es como realmente sigue y seguirá vivo el rock, si además de llenar grandes estadios, llena pequeñas salas.